Colores de violencia by Curtis Garland

Colores de violencia by Curtis Garland

autor:Curtis Garland [Garland, Curtis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1988-12-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO IV

Desgraciadamente, el italiano tuvo razón en su pesimismo. Los abogados de oficio no lograron nada con sus intervenciones ante la policía del Bronx. Los pandilleros de ambas bandas siguieron encarcelados… en celdas separadas, por supuesto.

Pero al día siguiente, tras una vista preliminar de lo más breve, el juez les condenó a pagar una fianza de diez dólares por cabeza, quedando en libertad sin cargos. Se produjo el hecho por considerar los abogados que la detención había sido hecha por procedimientos ilegales, ya que le teniente Harris había utilizado su revólver, así como sus compañeros, el sargento Fisher y el teniente Ward, en una situación que, según la defensa, no lo requería, el juez dictaminó que el arresto colectivo era incorrecto de forma, por lo que la libertad fue inmediata para todos los pandilleros, si bien el juez les advirtió tibiamente que en una posterior ocasión podían ir a parar a un correccional de menores.

Harris se quedó sentado en la sala del tribunal, abatido y sombrío tras la decisión judicial que volvía a poner en la calle a los peligrosos jóvenes. El fiscal fue a consolarle, asegurándole que había sido imposible para la fiscalía acusar a ninguno de los detenidos del delito de asesinato o de incendio premeditado con resultado de quemaduras graves. Los responsables de ambos hechos no habían sido hallados, puesto que ambas bandas negaron rotundamente toda autoría en ambos delitos.

Eso no sirvió de mucho consuelo para Dean Harris, que permaneció allí unos minutos, pensativo, hasta que alguien se sentó a su lado y una mano se apoyó, comprensiva, en su brazo.

—Lo siento, teniente —dijo una voz suave—. Su método tampoco resultó, ¿verdad?

Dean alzó la cabeza. Por primera vez se quitó sus gafas negras, contemplando a su interlocutora con ojos pensativos. Sorprendida, Melanie Fisher descubrió que su compañero tenía unos profundos, inquietantes ojos verde oscuros.

—No, no resultó más que por unas horas —admitió—. Además, seré reprendido por los superiores por usar procedimientos no correctos, así son las cosas, sargento Fisher.

—Por Dios, no me llame así —sonrió ella—. Ahora no estamos de servicio. Y mi nombre me gusta bastante. Por cierto, también me gustan sus ojos, Harris. ¿Por qué los oculta siempre bajo esas gafas?

—No lo sé. Tal vez sea porque siempre me gustaron de niño los héroes enmascarados —rió entre dientes Harris—. Deben ser para mí esas gafas como una especie de antifaz, Melanie.

—Entiendo. Le gusta esconder su verdadera expresión, ¿no es así?

—Algo parecido —se incorporó, desperezándose—. ¿Qué tal si salimos de aquí? Nunca me gustaron las salas de los tribunales. Y hoy, menos que nunca.

—De acuerdo —asintió Melanie—. Yo también siento horror a los tribunales.

Salieron a la calle. Brillaba un frío sol invernal sobre Nueva York. Harris se puso de nuevo sus negras gafas. Melanie se echó a reír. Y él también.

—¿Lo ve? —comentó él—. No tengo remedio… ¿Va a alguna parte?

—Sí. A comer algo en cualquier sitio. Es hora de almorzar, ¿no? ¿Y usted?

—Algo parecido. ¿Qué tal si comemos los dos juntos?

—¿Es una invitación… o una orden, teniente? —sonrió Melanie.



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